Loveparade: show must go on

La coincidencia es macabra, pero justo en la semana en la que Barcelona está calentando motores para albergar el Barcelona Music Conference, se produce la tragedia del Loveparade: 19 muertos (dos estudiantes catalanas entre ellos) por una avalancha humana en los accesos al festival.

Loveparade cumplía su XXI edición. Era un festival consagrado en las calles de Berlín (allí se celebró por última vez en 2006) pero inexplicablemente trasladado este año a un recinto cerrado de la localidad de Duisburg. La capacidad prevista en la vieja estación de ferrocarriles era cinco veces inferior a la congregación habitual del Loveparade. Las calles de Berlín acogían a 1,5 millones de personas. Las dimensiones del recinto de Duisburg apenas daban para 300.000.

El error de cálculo de la organización parece claro, si bien no justifica la falta de control y el cuello de embudo en que se convirtió el acceso al festival.

Tras la tragedia, la organización ha reaccionado de una forma tajante: ha anunciado que Loveparade no se celebrará nunca más. Es un anuncio valiente, propio de una forma de pensar germánica, que no tolera errores y menos cuando éstos cuestan vidas. Y es un gesto encomiable como señal de respeto por las familias de los fallecidos. Pero Loveparade debe seguir celebrándose. En recintos abiertos. Con medidas de seguridad más extremas, si cabe. A nadie se le ocurrió eliminar las competiciones de fútbol tras las tragedias de Bradford, Heysel o Sheffield (por mencionar sólo los sucesos europeos más tristemente famosos).

Suprimir la Loveparade significa dar injustos argumentos a quienes siguen viendo sólo descontrol, droga y alcohol en los festivales de música electrónica.

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