Jean-Michel Jarre, el teclista Peter Pan

Por circunstancias de la vida y a pesar de la visita -tercera a Barcelona- de Jean-Michel Jarre, el Sónar 2016 me pilló sin ganas, pero igualmente con curiosidad. A los pocos minutos de acabar su actuación, ya pasada la medianoche del 17 de junio, pude comenzar a saciar la intriga por ver cuánto había dado de sí el recital del francés.

Supuse, con acierto, que la incontinencia digital de los presentes en el festival ya habría hecho circular por Youtube algunos vídeos de la actuación. Presentí, con no menos acierto, una puesta en escena bastante más sobria que la amalgama de sonido, luz y pirotecnia a la que el francés nos acostumbró durante los ochenta y los noventa. Por aquel entonces, imaginar algo parecido a Youtube era propio de visionarios, y había que quemar mucho cabezal de vídeo VHS si uno no quería perder detalle de los multitudinarios conciertos de Jarre. 

Esa medianoche, antes de darle al play en Youtube, me dispuse a aceptar, aderezando en este caso el acierto con una mezcla de pena y valentía, el hecho de que los directos de Jarre siempre han incluido dosis casi indigeribles de farsa y postureo. Las pruebas han estado ahí. Siempre. Y yo me he resistido a aceptarlas, como los niños se niegan en un primer momento a aceptar la identidad de los Reyes Magos.

La magia de Jarre habita en el estudio, en la producción, en cómo funde las melodías con efectos, ruidos, siseos, tics, clics, blips y un sinfín de ornamentaciones acústicas que el francés maneja como pocos desde sus inicios.

Pero cuando Jarre agarra su trabajo y lo "lleva a directo", incorpora un empeño infantil en mostrarse al público como el teclista que no es. Ya sudó y demostró sus carencias como teclista cuando desparramó todos sus trastos analógicos en el escenario durante la gira Oxygène, live in your living room (2006). La frenética secuencia central de Oxygène II sonaba con notas a destiempo -alguna, inventada- como se observa en el DVD oficial del tour. Aun a através de la pantalla, se huele; Jarre gana el partido a las teclas por la mínima y pide mentalmente la hora al árbitro. No aparta la vista del teclado. No estamos para poses, que esta vez tiene que ser auténtico. Jarre desea volver a la parte "cómoda" de la canción. Ya tendrá tiempo de volver a perderse en el epílogo de la misma. Torpezas aparte, uno puede degustar el cierto encanto que desprende la música electrónica cuando no queda sujeta a la precisión milimétrica de la grabación de estudio.





Pero en otros muchos recitales, las notas de Oxygène II encajan al milisegundo con el patrón rítmico. La secuencia suena sospechosamente idéntica a la del tema original. No, Jean-Michel, aquí no cuela.


Y no es porque sea imposible. Tampoco será porque Jarre no haya contado con teclistas virtuosos como Francis Rimbert, Frederick Rousseau o Dominic Perrier. Desde la histórica gira china de 1981 -con la excepción de Rimbert-, los tres han sido sus sombras en el escenario. Suyos son los dedos a los que se les puede atribuir algo de autenticidad en directo; aunque, repasando conciertos, surgen serias dudas de que algunos teclados estén siquiera encendidos.

Volviendo al estribillo de Oxygène II, solo se trata de echarle ganas, como demuestran las decenas de covers del tema que pululan por Youtube. De entre ellos, me quedo sin duda con éste. Ignoro si el autor es un teclista avanzado o si ha repetido la toma 327 veces hasta que le ha quedado así de redonda. Lo cierto es que la imitación del solo central es soberbia.


Otro ejemplo de postureo nada creíble chez Jarre es esta curiosa interpretación de la fascinante línea de bajos de Equinoxe VII.


De nuevo, los youtubers nos iluminan. El making of es más simple de lo que parece. Tal y como señala el autor del siguiente vídeo, el tema original se grabó probablemente de esta manera (con un arpegiador analógico y un teclado mucho más arcaico, cabe pensar). En todo caso, es posible ponerlo en práctica en directo y sin necesidad de vendarse los dedos al acabar.


 
¿Cuándo se percató Jarre del filón de combinar el playback  con sus poses sobreactuadas? Probablemente tras el éxito de este concierto en la plaza de la Concordia (París, 1979), que batió el récord de público con un millón de asistentes. Un espectáculo visual sin precedentes y -hay que reconocerlo- adelantándose tres décadas a los actuales livesets de los DJ superestrellas, pero con la música tan enlatada como la que procede de un reproductor CDJ Pioneer.


Lo que suena ante el público es exactamente lo que quedó registrado en sus discos Oxygène y Equinoxe. La únicas variaciones: a) el volumen de algunas melodías en relación con el acompañamiento y b) el fundido de unos temas con otros en un orden diferente al de los LP. Incluso la versión -mejorada- de Equinoxe IV, más acelerada y con más presencia de la percusión, ya aparecía en el videoclip oficial del tema. Toda una deejay session preochentera.

Yo, el arpa.


De entre la cacharrería jarrística, el arpa láser -obra del también músico electrónico Philippe Guerre- es uno de los instrumentos que más curiosidad despierta. En realidad no es un instrumento, sino una interfaz, pues su cometido es enviar datos vía midi a otro sintetizador, encargado de ejecutar el sonido final. Esto, en la era de la informática musical y los plugins VST, se entiende casi al vuelo. A principios de los ochenta era revolucionario. Tan revolucionario, que con los años el arpa tomó conciencia de sí misma y, sin necesidad de hundirle las córneas a Jarre ni de pronunciar discursos tipo "he visto cosas que jamás creeríais", acabó rebelándose contra el maestro en un impagable momento recogido en imágenes de videoaficionado. Raro es que Jarre no haya explotado el momento para contrarrestar su fama playbackera.



 

Sí, hoy me he colocado el uniforme de destructor de mitos. Consecuencia de ello, diré que tampoco hay que ser un virtuoso para dominar el laser harp. Este artefacto luminoso no deja mucho margen de error: previa programación, cada parte de una canción va asociada a un rango de notas, de forma que un mismo haz de luz puede ordenar al teclado/sintetizador esclavo ejecutar un do o un mi, por ejemplo, según el fragmento del tema. El rango de notas deseado se puede seleccionar mediante una instrucción midi programada o bien manualmente (en este caso, pisando un pedal).


La programación aquí tiene un papel clave. Por lo que se deduce tras el apagado y reinicio de la bestia, determinados rayos del arpa activan secuencias pregrabadas del acompañamiento de la canción: obsérvese cómo la melodía de fondo suena en bucle durante el apagón, pero recupera su posición exacta de entrada en el momento en que Jarre -¡por fin!- tapa el haz situado más a su derecha. Hasta ese momento, no es que el arpa no funcione; sencillamente, Jarre no acierta a seleccionar con el pedal el rango de notas que se corresponde con ese momento de la canción.

El laser harp tampoco queda libre de sospechas en cuanto al uso del playback. Vamos al mítico Paris-La Défense (1990), uno de los conciertos más recordados de Jarre. Primera sospecha, minuto 4'41": la mano cubre dos veces el haz, pero suena una única nota. Otra vez Jean-Michel más atento al postureo que al instrumento. Segunda sospecha: la parte melódica del arpa láser termina en un fundido a silencio, recurso típico -y odioso para finiquitar canciones- de las grabaciones de estudio, pero poco creíble en un directo.



Si me lo permiten sus señorías, me atrevo a añadir que, dejando al margen el fragmento del arpa láser y los coros, esa obra maestra que es Rendez-vous II SIEMPRE ha sonado idéntica al LP. Como mucho, el tema pregrabado ha gozado de un acompañamiento de orquesta sinfónica en conciertos como el de Lyon (1988) o China (2010).

Apunte: en China, el arpa láser también estaba programada para transmitir modulación de filtro cutoff -al estilo del acid bass de la Roland TB-303-. Pueden comprobar cómo las notas vibran y cambian ligeramente el timbre al ritmo de las manos de Jarre, que entran en una especie de tembleque místico. Esto sí era directo.



Jarre unchained. Temblad.


Aunque las variaciones anteriores ayudan a dar sensación de directo, la improvisación no es uno de los fuertes del genio francés. Lo que perpetra ante este theremin no tiene nombre. Lo mejor, la expresión de concentración y de tengo-el-control-absoluto-de-este-engendro que refleja su rostro.


Habría sido mucho más agradecido usar el theremin para tocar aquellos fragmentos de Oxygène 10 en los que suena algo parecido a un theremin. Pero el genio loco que habita en Jarre no permite tal ejercicio de coherencia. Sí le permite, en cambio, destrozar Oxygène V, como ocurre en el siguiente vídeo. Horrorícense.


No sé qué es preferible, si esto o los playbacks maquillados como falsas improvisaciones. Ahí dejo la siguiente muestra. Todo iba fluido. El mayor éxito de Jarre sonaba junto a las pirámides en una versión que parecía que Jarre podía alargar hasta el infinito. Y cuando daba la sensación de que el francés se divertía jugando a las sillas con el público, el playback lo apuñala por la espalda. Tú también, Oxygène IV.


La posproducción de imagen tampoco ayuda a veces a discernir si la falta de sincronía entre imagen y sonido es producto del playback o de un montador de vídeo sin la más mínima noción de teclas ni de ritmos. Pero cuando la grabación es casera, no hay duda. El smartphone es el nuevo juez y verdugo implacable del playback. Mira que es sencilla, la melodía del Oxygène 8. Hasta un aficionado aporreador de teclas como yo se atrevería con ella en directo. Pero ahí estaba de nuevo el confortable playback. La prueba, en el minuto 3:58. El dedo se quedó tocando el cielo demasiado tiempo.



Nadie duda de que una puesta en escena fiel de una obra electrónica requeriría de casi tantos músicos como pistas suenan en el tema. A estas alturas, todos aceptamos que llevar la electrónica a directo implica el uso de bases y acompañamientos pregrabados. Pero también hay músicos que hacen un ejercicio más honesto a la hora de exhibirse. No camuflan bajo un juego de manos poco creíble las partes programadas. Y los que no son Lang-Lang se equivocan de tecla de vez en cuando. No pasa nada. Buen ejemplo de ello es el finlandés Kebu, cuyas producciones imitan sin tapujos los sonidos ochenteros de Jarre o Vangelis. Disfruten de su frescura electrónica en directo -sí, es posible- en este vídeo.













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